No digo que no aprendiera nada, pero el enfoque sobre el malestar y los procesos internos me pareció superficial.

Así que terminé y me fui por otro camino. 

Pero nada de lo que hacía me llenaba. Nada 

Claro que en ese momento yo no lo veía así. Solo sentí una ansiedad tremenda y la sensación de estar perdida.

Y ahí apareció la terapia en mi vida.

Poco a poco entendí que lo que realmente me movía era algo que siempre había estado ahí: 

ayudar a los demás a entender su historia, a encontrarle un sentido y, sobre todo, a poder hacer algo con ella, más allá de lo que hayan vivido.

Así que empecé a formarme, a estudiar más y más, para ofrecer una terapia ética y sólida. 

Una que no solo alivia por un tiempo, sino que genera un cambio real y duradero.

Que no depende de ejercicios o pautas externas, sino que realmente se internaliza.

Así que encontré en la terapia psicoanalítica un modo de tratar las vivencias con mayor profundidad y sensibilidad, 

un enfoque que no se queda solo en lo que somos conscientes, sino que también tiene en cuenta lo que nos condiciona sin que nos demos cuenta.